Comitán más queridos y reverenciados, a pesar que hasta hace cerca de 50 años, solo eran tres a saberse y en orden de popularidad y devoción: San Caralampio, Santo Domingo de Guzmán, (el santo patrono) y San Sebastián.
Después de la década de los 70’s, “El niñito fundador” fue el santo que reclamó el segundo lugar en devoción, para quedar de esta manera Comitán con cuatro principales santos, y que por antonomasia la comunidad católica considera como propios; independientemente del enorme fervor guadalupano.
“El niñito fundador”, cuya capilla se encuentra en el Barrio San Sebastián de esta ciudad, tiene una historia; como todas muy controversial, y aunque no está reconocido como santo ante el vaticano, presenta una gran y enorme devoción local, sino es que regional, por lo “milagroso” que es considerado.
¿Quién es este santo?
La historia se remonta allá, hacia el final del tercer cuarto del siglo XIX, en 1874, cuando en la ciudad de México nace la congregación de religiosas católicas: Franciscanas de la Inmaculada Concepción”, de quienes el santo al que nos referimos y según las apariciones narradas, fue el encargado de que esta orden monástica se fundara.
De acuerdo a la tradición oral y escrita de la orden, justo cuando nacía esta congregación, a una pequeña niña de Celaya; Guanajuato, de nombre Clara Aguilera, quien era sorda y sufría de ataques epilépticos, se le apareció por primera vez la imagen de un niño, que ella afirmaba era: “El niño Jesús”.
Las visiones; que al parecer en total fueron 6 durante toda su vida, no cesaron en la niña, que más tarde se convirtió en adolescente y luego en una joven madura, quien a esa edad en una de esas epifanías, solicitó a el niño que se le aparecía, le indicara el camino que tenía que seguir para servirlo.
La respuesta fue inmediata, le fue solicitada su entrega perpetua y ella inició una larga búsqueda y aceptación, principalmente en la orden de “Las Carmelitas”, en donde le fue negada su solicitud en diferentes ocasiones, por lo frágil de su salud y por la minusvalidez que presentaba.
Por esta razón y con una gran frustración Clara Aguilera acudió con su confesor para contarle de su rechazo, así como las razones que lo motivaron a solicitar su aceptación, que no eran otra que las órdenes de la aparición de “El Niño Jesús”, que ella le contó se le presentaba en visiones.
Pruebas contundentes
Al oír esto su confesor, le dijo que para que creyera en semejantes afirmaciones, le pidiera ella a su visión, le enviara una prueba de su existencia, prueba que la aparición le envió; según las narraciones, al enviarla del todo sana de su epilepsia y de su sordera.
Sin embargo, y de acuerdo a la tradición oral de la orden de las “Franciscanas de la Inmaculada Concepción”, la visión indicó después a Clara Aguilera, partiera de su natal Celaya, Guanajuato y viajara a la ciudad de México, en donde pertinentemente la visión le indicaría hacia qué punto en específico dirigirse.
Para entonces la agitación y lo convulsionado en que se mantenía el país por el estallido revolucionario, obligó a la bastante joven congregación franciscana a mantenerse oculta de los ojos curiosos, así como oculta de la lascivia y de la sed de sangre.
Conforme a la costumbre oral narrada por esta congregación, la joven Clara Aguilera le fue advertido por la aparición, que este grupo de religiosas “El Niño Jesús”; la aparición, él la había fundado para ser glorificado y que esta misma sería el destino final de Clara Aguilera.
Así Clara Aguilera sin tener la más remota idea de la ubicación discreta de la congregación, fue guiada hasta una modesta casa, de una sórdida vecindad del centro de la capital de país, en donde luego de llamar a la puerta fue recibida por las religiosas encubiertas, a quienes contó todo y quienes la aceptaron.
Con el paso de los años la clarividente solicitó a un artista, mediante su narrativa, plasmara en oleó la figura del niño de sus visiones, y tiempo más tarde encargó a un escultor le diera forma, representación que al parecer pervive hasta nuestros días en una capilla de la orden, en Coyoacán; Ciudad de México.
Su llegada a Comitán
Por esa razón y por esa tradición monástica, en la segunda mitad de los años 40’s del siglo pasado, la religiosa Mercedes Martín del Campo, quien había llegado a Comitán como “madre superiora”, de la fracción de la orden que ya se encontraba en nuestra ciudad, fue quien importó esta tradición de culto a este santo.
Con entusiasmo “la superiora” del convento, que se ubicaba en una casona del “Barrio San Sebastián”, el cual era conocido generalmente como: “casa de salud”, pues en él funcionaba un dispensario médico, que era atendido por el afamado médico Octavio Esponda, ahí inició con la tradición, que hoy día es una de las más importantes.
Para iniciar, al parecer la monja había traído consigo una imagen del santo, la cual fue el primer objeto al que rindieron culto, pero dado a que su entusiasmo y al parecer “los milagros” y “mandas” habían empezado a cumplirse con tan solo la imagen, fue necesaria la creación de una estatua, similar a la original que se encuentra en Coyoacán.
Así hizo su arribo a esta ciudad la imagen tridimensional de “el niño fundador”, allá en los primeros años, de la segunda mitad de la década de los 50’s, siendo su primer lugar de asiento una humilde y pequeñísima capilla que se ubicaba en el fondo y a la izquierda, de lo que hoy es la nave de la actual y más grande capilla.
El crecimiento hacia su culto y adoración, desde entonces aumentó exponencialmente gracias al entusiasmo y entrega de la religiosa, a quien todos los que la conocieron cariñosamente le llamaban: “nuestra madre mercedes”.
Una institución de culto
Mercedes Martín del Campo, a diferencia de otras madres superioras que por su edad avanzada han sido removidas de Comitán, nunca se fue de esta tierra y entregó su cuerpo a Comitán, hacia finales del los años 70’s, cuando después de haber sido vencida por un cáncer de mama, finalmente cerró sus ojos para siempre.
Sin embargo su entusiasmo, su afamada bondad y entrega, hicieron que el culto hacia el “niñito fundador”, siguiera en aumento, de tal suerte que desplazó la tradición que ocupaba en segundo lugar el santo patrono de Comitán.
Así, con fervor y con una devoción, que sin lugar a dudas conmueve por el misticismo y la entrega ciega de sus creyentes, el gran festejo se inicia la media noche del 20 de octubre y termina entrada la madrugada del día 21.
Horas en las cuales una gran cantidad de músicos y grupos musicales de Comitán y sus alrededores, se turnan y llegan a amenizar, y a “darle serenata” al santo, como muestra de su devoción y constancia.
La festividad actual
Por otro lado la pequeña fiesta, que en un inicio así fue, creció de tal forma hasta llegar a convertirse en una feria de cierta importancia, en donde los dulces regionales y la comida comiteca, son el fuerte y lo sobresaliente de la festividad, ya que así lo instituyó Martín del Campo, dado a que decía: “la fiesta del niño… ¿por qué dulces y comida?... ¡dulces! porque es niño; porque es Jesús Niño”.
Durante todo el día del 21, los creyentes y romerías que llegan de diferentes partes del estado y de estados aledaños a Chiapas en camiones de turismo, llegan con “vestiditos” de regalo, ornamentos de oro y plata, calcetines y otros ajuares, que durante el transcurso del día le van cambiando.
Entrada la tarde de “el gran día”, se realiza la tradicional “procesión del niñito” por las calles de la ciudad; que es llevado en andas, aunque antes era llevado por una sola persona de la clase pudiente de Comitán, quien lo sacaba del nicho, lo vestía, lo paseaba en sus brazos en el parque de San Sebastián, y luego lo volvía acomodar en su lugar de adoración.
De esta forma llegó para quedarse El Niño Jesús, a quien le agregan el adjetivo de “fundador”, porque según la tradición fundó la congregación de “las franciscanas de la inmaculada concepción”, y se ha quedado de tal forma que incluso ciudades, comunidades y poblaciones vecinas ya festejan y veneran a este santo, que es ahora el segundo en importancia para el Comitán católico.